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GUSTAVO ESPINOZA MONTESINOS
CUANDO LA REPRESIÓN SE EXTIENDE
Editorial de la revista MARKA. Enero 2023
En los primeros días de enero, cuando el país se ha visto remecido por las combativas movilizaciones populares ocurridas en la capital y en numerosas ciudades del país; los peruanos hemos apreciado también un hecho altamente indicativo de los tiempos que se viven: la represión ha crecido y se ha acentuado afectando severamente la situación de miles de peruanos en uno u otro rincón de la patria.
Puntos álgidos de este acontecimiento han sido Puno, Cusco, Arequipa, Ayacucho, Huancayo, Huánuco y también Lima. En la capital, en efecto, desde el miércoles pasado se hizo patenta la prepotencia uniformada.
Luego que el martes 3 “las fuerzas del orden” abrieran de par en par las puertas de la Plaza San Martin para que allí se “manifestaran” los convocados por el oficialismo; el miércoles 4 fueron impedidas de ingresar a ella las columnas de trabajadores, estudiantes, mujeres y otros, reunidas para demandar la renuncia de Dina Boluarte a la Presidencia de la República, el cierre del Congreso, la libertad de Pedro Castillo y una Asamblea Constituyente que nos dote de una nueva CartaMagna.
¿Alguna razón fue esbozada por las autoridades para consumar este atropello? Ninguna. Simplemente la policía -y la Fuerza Armada- actuó “por órdenes superiores” sin explicación de ninguna clase. Aun así, la cosa no pasó a mayores porque los manifestantes pensaron que se trataría de una medida circunstancial. Pero el jueves 5 y, sobre todo, el viernes 6 de enero la represión se acentuó, adquiriendo connotaciones particularmente violentas que deben ser conocidas y denunciadas.
La noche del jueves los cordones policiales bloquearon a los manifestantes, y no dejaron avanzar la movilización concentrada en el perímetro de la plaza bloqueando virtualmente todos los accesos a ella. Y el viernes, encajonaron a un grueso contingente en las cercanías del Parque Universitario. En esa circunstancia, los golpearon salvajemente y luego los condujeron detenidos a la Comisaría de Cotabambas, donde quedaron recluidos hasta altas horas de la madrugada del 7 de enero, luego de someterlos a vejámenes, malos tratos y humillaciones denigrantes .
Lo que buscaban los represores con estas acciones, era intimidar a los detenidos, como un modo de quebrarlos moralmente a fin que desistan de nuevas manifestaciones. En verdad, se equivocaron. No sabían que lo que estaban realmente haciendo era sembrar en el corazón de los intervenidos la semilla de la rebeldía que habrá de brotar más adelante.
Cierta vez, Augusto Pinochet, el tirano del sur, se enfrentó al sub secretario general del Partido Comunista de Chile Víctor Díaz, a quien tenía en prisión, y le dijo que el objetivo de su régimen era “acabar con los comunistas”. El dirigente del PC, muy seguro de sí mismo, le respondió: “eso, es como querer vaciar el agua del mar con una taza de café”
Guardando el tiempo y la distancia, bien podríamos decir que en el Perú de nuestros días, acabar con el descontento social y la protesta ciudadana emprendiendo acciones represivas, equivaldría a lo mismo. Se trataría, algo así, como una misión imposible. Ninguna medida acallará la voz del pueblo. Por el contrario, todas no harán sino alimentar el odio de clase, que no se expresa en contra de personas, sino en rechazo a una sociedad obsoleta basada en la explotación del hombre por el hombre.
Acciones similares ocurrieron en diversas ciudades del país. No supimos de ellas a través de la “Prensa Grande”, que las ocultó inescrupulosamente, sino mediante la Prensa Alternativa -las redes-, que una vez más jugaron un rol decisivo para mostrar la verdad y desenmascarar la esencia de este régimen crecientemente represivo.
Vimos, en efecto, a los soldados disparando en Juliaca y en Puno; en Pichanaki y en Arequipa; en Cusco y en Andahuaylas . Y pudimos cerciorarnos de una verdad insepultable: los caídos, no “murieron como consecuencia de la violencia” -como se nos dice incluso ahora- sino que fueron cruelmente asesinados por armas disparadas por los uniformados. De ellos, se podría decir lo que cierta vez dijo el poeta cusqueño Luis Nieto “Amaban la libertad / tal como la aman los bravos / para matarlos fue urgente / lo hicieron a cañonazos”.
Y fueron cañonazos disparados al corazón del Perú. Por eso el pueblo los cuenta uno por uno, mientras que para la clase dominante, lo que importa son “los millones de soles que se pierden” como consecuencia de los bloqueos y la protesta social”.
Lo que importa en esta circunstancia, es tener conciencia de lo que está pasando. La Oligarquía y el imperialismo están buscando restaurar su más pleno dominio sobre el conjunto de la sociedad peruana. En verdad, nunca perdieron su poder; pero si lo vieron amenazado. Y por eso ahora reaccionan con odio, crueldad y vesanía. Buscan vengarse en la piel del pueblo, por cada minuto de terror que les inspiró el ver la imagen de un pueblo enhiesto, y no de rodillas.
Es bueno que todos respondamos al desafío planteado. Es verdad que en nuestro tiempo no se registran experiencias que nos dieran lustre en el pasado. Antes, por ejemplo, veíamos a los parlamentarios estará la cabeza de las columnas del pueblo para protegerlas, y enfrentarse también a la represión. Eso, ahora, no sucede. Ningún congresista asoma la nariz en estos conflictos. Los ejemplos de Jorge del Prado, Javier Diez Canseco o Manuel Dammert, no se reeditan en nuestros días. Pero no importa. Ya vendrán tiempos mejores. Los que luchan hoy, lo harán también mañana, como ocurriera antes.
Lo importante, es que se imponga la solidaridad. Que todos nos sintamos convocados a la lucha. Quienes puedan marchar por las calles, que lo hagan. Y quienes no puedan hacerlo, que aporten a la causa defendiendo, escribiendo, hablando, respondiendo en todos los terrenos en los que les sea posible, para enarbolar siempre en alto la bandera de los trabajadores.
La crisis, no ha concluido. Y las tareas, están pendientes. Hay que actuar (fin)
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