Por Gustavo Espinoza M. (*)
Finalmente
tuvo lugar el pasado 26 de septiembre el Paro Nacional y la Jornada de Lucha
convocadas por la CGTP
y otras organizaciones sindicales y sociales, y respaldada por distintas
fuerzas de la oposición.
Para
la derecha más reaccionaria -como lo confirmó burdamente la primera plana del
diario El Komercio- el evento tuvo propósitos subalternos: afectar a la familia
peruana y pedir la cabeza del ministro de Economía, a quien el común de las
gentes identifica con el ”modelo” neo
liberal impuesto por el Fondo Monetario y aplicado con servilismo por las
autoridades peruanas.
Una
primera valoración de lo ocurrido nos permite reconocer dos hechos
significativos: una masiva concurrencia a la protesta ciudadana por las calles
de la capital al mediodía del 26; y una clara extensión de la demanda, que se
hizo patente en todas las ciudades del país.
Más
de veinte mil personas se movilizaron desde la
Plaza Dos de Mayo hasta la intersección de
las avenidas Colmena y Abancay, donde culminó la acción. Un desplazamiento masivo,
aunque no tumultuoso ni disperso, mostró la capacidad organizativa de los
trabajadores de la construcción quienes, luego de varios años, volvieron a ser
la columna vertebral en las marchas de la Central Obrera.
La
fuerza de los trabajadores se impuso, y eso garantizó una movilización serena y
enteramente pacífica. Los pequeños y
casi mínimos brotes de desborde fueron controlados y canalizados por los mismos manifestantes, que
eludieron enfrentamientos con la policía y aseguraron una jornada vigorosa.
Eso
mismo -aunque con algunas variantes- ocurrió en otras ciudades del Perú. En el
sur, sin embargo, se hizo notar la preocupación ciudadana por los efectos del
fuerte sismo ocurrido el miércoles 25, y que sembró pánico en algunas
localidades de la costa.
Aunque
como movilización de masas, la jornada fue exitosa. No podría decirse lo mismo
aludiendo al Paro convocado al unísono. Pararon los trabajadores de la
construcción y los maestros. También los administrativos del área de salud,
actualmente en huelga. Pero no dejó de funcionar el transporte, ni los centros
de salud, ni las empresas industriales y de servicios.
El
hecho, confirmó una antigua idea: no basta enarbolar una causa justa para
triunfar. Es necesario que esa idea encarne en los más amplios sectores, y se
haga fuerte. Y es que resulta indispensable ser fuerte, para vencer.
En
el pasado han tenido lugar en el país episodios similares. Con motivo de los
sucesos del 26 de septiembre, se han recordado algunos de ellos. Quizá el más
evocado ha sido el Paro del 19 de julio de 1977 que dejó una doble experiencia:
la capacidad de los trabajadores para luchar y la crueldad de la clase
dominante para castigar cualquier intento de cambiar el orden social.
En
esa circunstancia ocurrió, en efecto, una suerte de explosión social. Se
manifestó abiertamente el descontento de los trabajadores, que comenzaban a ser
las víctimas de una política perversa orientada a descargar la crisis sobre los
hombros del pueblo.
Si
el proceso de Velasco había generado inmensas expectativas ciudadanos y
abiertos las compuertas a la lucha por la transformación social; el cambio de
conducción del proceso ocurrido el 29 de agosto del 75 abrió cauce a un
torrente contrario.
Los
trabajadores, y las fuerzas progresistas, fueron conscientes de esa realidad. Y
eso explica un hecho que, sin embargo, los “expertos” ocultan. Fue la CGTP de aquellos tiempos la
que dio la voz de alarma cuando convocó, por primera vez en muchos años, un
PARO REGIONAL en Lima y Callao, y que se cumplió vigorosamente en una fecha muy
difícil: el 29 de diciembre de 1975, en solidaridad con trabajadores despedidos
que una empresa de capitales chilenos -Plásticos El Pacífico- se negaba a
reponer pese a las disposiciones fatigosamente arrancadas a las autoridades de
trabajo.
Ese
Paro -que tampoco fue total- constituyó sin embargo un verdadero ejemplo de
unidad y organización sindical. En esa circunstancia, los trabajadores,
reunidos en las puertas de las fábricas que cerraron en casi un 90%, expresaron
su posición de clase, y se desplazaron hacia la
Plaza Dos de Mayo, que fue enteramente
bloqueada por las fuerzas policiales. No hubo ni disturbios ni violencia, pero
sí una victoria definida: los despedidos fueron finalmente repuestos algunas
semanas más tarde.
La
afirmación de esa línea de clase, se expresó en julio del 77. Hoy hay quienes pretenden distorsionar
algunos hechos con afanes poco serios: buscan
responsabilizar más precisamente al Partido Comunista achacándole una
supuesta “oposición” a ese Paro.
Fuimos
los dirigentes comunistas de entonces los que tomamos la iniciativa en torno a
la realización de esa acción. Incluso dimos pasos muy concretos: alentamos la
formación de un Comando Unitario de Lucha que nos permitiera marchar más allá
de los límites de la CGTP,
y trabajamos una fecha definida para la realización del Paro: el 6 de julio, a
fin de enfrentar al Ministro Walter Piazza y a su “programa económico”.
Cuando
pudo concretarse la idea del Paro, se llegó a la conclusión que la fecha
inicialmente propuesta era aún pronta. Y del análisis de la coyuntura salió
entonces la nueva: el 19 de julio.
Como
la acción de lucha tomó cuerpo y el gobierno de entonces no las tenía todas
consigo, aconteció un hecho imprevisto: el 13 de julio se anunció la renuncia
del ministro cuestionado y la suspensión del denominado “plan Piazza de
recuperación económica”.
En
ese contexto, como era absolutamente legítimo, juzgamos necesario preguntar a
las organizaciones sindicales -y más precisamente a la CGTP- si consideraban prudente
continuar con la preparación del Paro en las nuevas condiciones. La respuesta
fue concreta: si bien se ha obtenido una importante victoria, la maquinaria
sindical ya está en marcha, y la consigna del Paro se ha extendido. El
descontento social, nos se expresa sólo ya en la plataforma inicial del
movimiento, sino que se hace extensiva a otras áreas de la acción pública.
Eso,
en la circunstancia, aludía al conjunto de conquistas logradas por el proceso
de Velasco y cuyo desmontaje exigía la reacción. Por eso la consigna del paro
para el 19 de julio fue confirmada y tanto el PC en todos sus niveles como
muchas otras fuerzas progresistas, alentaron su realización. Hubo, sin embargo,
quienes la recusaron aludiendo a un
“Paro Revisionista” que debía fracasar. A quienes así actuaron, no se les pide
cuentas ahora. Se las exige, en cambio, a los que se jugaron allí con las
banderas de clase de la CGTP.
Cabría
preguntarse como habrían actuado quienes hoy -sin haber tenido nada que ver con
las experiencias del movimiento obrero en esa etapa de la historia- cuestionan
esa conducta, si seis días antes del 26 de septiembre se hubiese anunciado el
retiro del Ministro Castilla y la modificación de su Programa Económico. ¿Cuál
habría sido su reacción?
Quienes
realmente se opusieron al paro del 19 de julio levantaron después una consigna
que calificaron de “clasista y no revisionista”: un nuevo Paro para el 20 de
septiembre. Cuando esa fecha llegó, esa acción no fue cumplida. .
Luego
del 19 de julio se produjo el despido de 5,000 dirigentes sindicales en todos
los sectores productivos del país y en diversos de la estructura sindical. Fue ese
el resultado de una demanda de los Patronos, que pudieron así librarse de toda
la vanguardia de clase forjada por la
CGTP desde su recomposición -en 1968- hasta entonces. Saltimbanquis
que en esos años servían como cronistas
en lujosas revistas de la burguesía, no conocen esa historia y hablan de ella
por versiones interesadas y ponzoñosas.
Que
la clase obrera mantuvo muy en alto sus banderas, lo confirmó el paro del 22 y
23 de Mayo de 1978, que fue incluso más categórico y definido que el anterior.
Más sólido y masivo. Después, vendría convocatoria a la Asamblea Constituyente
y el retorno de los Borbones a la conducción del Estado. La revista “Caretas”,
sin objeción alguna de sus escribientes, saludó el gesto.
Que
la experiencia del 26 de septiembre -con sus propias características- sirva
para avanzar, y unir a los trabajadores; y no para escindir a quienes luchan en
la trinchera del pueblo. Podría ser la lección principal de esa jornada. (fin)
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