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¿Querrán restaurar el Imperio Otomano (1-2)
LA GENEALOGÍA DEL ISIS (DA’ESH)
UNO
Por Yassin Al-Haj Saleh, Al-Jumhuriya English/ Traducción para Rebelión
por Sinfo Fernández/ Resumen Latinoamericano/ 2 de Dic. 2016
A
pesar de que el autoproclamado Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS o
Da’esh) apareció en Siria en 2013, puede rastrearse el origen de su
estructura hasta en tres capas históricas a través de tres geografías e
influencias, la más antigua de las cuales hunde sus raíces en Afganistán, seguida de Iraq y, más recientemente, de Siria.
Estas
capas deberían interpretarse siguiendo la Political Anthropology de
George Balandier, en función de la cual los acontecimientos, prácticas y
condiciones más recientes no sustituyen a los anteriores sino que más
bien crean nuevas capas adicionales. En su History of Religious Ideas,
Mircea Eliade afirma que entre los elementos que comprenden la formación
de los fenómenos sociales religiosos, los más antiguos son los más
profundos. Por tanto, el que debe observarse es el más reciente de entre
dichos elementos porque es con el que el fenómeno interactúa en su
entorno concurrente.
La capa afgana
De
su experiencia formativa en Afganistán, el Da’esh aprendió un primer
método de redes globalizadas. Durante la década de 1980, el primer
ejemplo de tal globalización es la “yihad” árabe e islámica en
Afganistán antes de que el concepto se extendiera por todas partes en la
década de 1990. En aquel tiempo, Afganistán estaba bajo la ocupación
soviética y en el último año de la presidencia de Jimmy Carter, la CIA,
asesorada por el consejero de seguridad nacional de Carter, Zbigniew
Brzenzinski, había patrocinado el establecimiento de un movimiento de
resistencia islamista (movimiento islámico de resistencia a los
soviéticos).
La
yihad afgana fue financiada principalmente por los saudíes mientras los
estadounidenses fueron quienes proporcionaron las armas. Los servicios
de inteligencia saudíes, pakistaníes y egipcios también participaron en
su organización y facilitación. En aquel momento, sus gobiernos
consintieron en estas acciones; no hubo coerción ni conspiración. Es
fundamental tener en cuenta quiénes fueron los primeros patrocinadores
de los yihadistas contemporáneos, con EEUU a la cabeza. Aunque la yihad
contra los rusos fue una campaña militar llevada a cabo por grupos
emergentes, las consultas de inteligencia y la interacción con estos
grupos se produjeron a nivel de funcionarios del ejército y la
inteligencia, no a nivel de jefes de Estado o ministros de asuntos
exteriores.
El
movimiento de la yihad afgana estaba integrado por afganos y un gran
número de árabes procedentes de Arabia Saudí y Egipto; por sirios que
venían de la derrota final de los Hermanos Musulmanes en su lucha contra
el régimen de Hafez al-Asad durante los últimos años de la década de
1970 y comienzos de la de 1980; por argelinos, palestinos islamistas, en
el contexto de la salida de la OLP de Beirut en 1982; y de muchos otros
países árabes. De este grupo de reclutas y voluntarios, surgió el
fenómeno de los “afganos árabes” –o “muyajidines”.
Pero
el establecimiento de una red islamista para lanzar una yihad contra la
Unión Soviética, como algo opuesto a un movimiento secular de
emancipación nacional, no surgió de la nada. La posición de la Unión
Soviética, rodeada de un arco islámico o “cinturón verde”, estuvo muy
presente en el pensamiento estadounidense durante la Guerra Fría. EEUU
ha venido utilizando, mediante el patrocinio saudí, el nexo islamista
desde la década de 1960, y el derrotero estadounidense contra el
nacionalismo árabe y el comunismo también se inició esa misma década. La
islamización de Afganistán dio a Arabia Saudí y a Pakistán (este último
bajo el liderazgo del general Zia-ul-Haq), un papel destacado en la
formación del movimiento yihadista. Ahora es de conocimiento común que
la monarquía wahabí, que controla la producción y el precio global del
petróleo, es desde hace mucho tiempo un aliado de confianza de EEUU. En
aquel entonces, los estadounidenses no sentían preocupación o temor
alguno respecto a un reino saudí financieramente rico, militarmente
débil y políticamente alineado. Además, después de la revolución iraní y
la aparición de islamistas en muchos países árabes, quedó claro que
estos últimos podrían utilizarse como categóricos opositores al
comunismo soviético, considerado en Afganistán como una fuerza ocupante,
pero también en la propia esfera imperial regional de la URSS, como es
el caso de las repúblicas islámicas en Anatolia. La misma actitud se
tenía dentro del contexto interno de los liderazgos árabes, que
mantenían similares puntos de vista. Por ejemplo, Anwar al-Sadat había
fomentado la aparición del islamismo en Egipto para desafiar a la
izquierda egipcia y consolidar su gobierno, caracterizado por el
abandono del naserismo y sus políticas.
A
nivel ideológico, Afganistán sirvió como laboratorio para que el
wahabismo saudí se encontrara con el qutbismo egipcio, un encuentro que
fue a la vez político, personal e intelectual. Políticamente, Arabia
Saudí y el Egipto de Sadat, así como Pakistán, eran las partes más
entusiastas en el marco del empeño estadounidense para contrarrestar a
los soviéticos, y las más ansiosas de facilitar que el ocupado
Afganistán se convirtiera en una base de la Yihad islámica contra la
URSS. A nivel interpersonal, una proporción importante de los
“muyahidines” procedían de Arabia Saudí y Egipto, así como de
Afganistán. A nivel intelectual, los saudíes se adherían a la doctrina
wahabista, que en 1979, el mismo año en que se ocupó Afganistán, inspiró
la ocupación del Gran Mezquita de La Meca por parte de Yuhaiman
al-Utaibi y su grupo salafista. Ese año fue también testigo del
derrocamiento del Shah de Irán y de la victoria de la revolución iraní,
así como de la masacre en la Escuela de Artillería de Alepo por parte de
las vanguardias de los Hermanos Musulmanes. En Egipto, durante los
últimos años del gobierno de Naser y durante la era de Sadat, apareció y
echó raíces el qutbismo, con inclinaciones yihadistasentre sus filas.
Aunque
es cierto que la génesis de al-Qaida, según la conocemos hoy día, se
estableció tras la caída de la Unión Soviética y tras su derrota en
Afganistán, la yihad afgana fue su experiencia incubadora, o su
prehistoria fundacional. La “victoria” en la batalla de Afganistán fue
la “victoria” que otorgó legitimidad a unos grupos que habían quedado a
la deriva, luchando por encontrar una razón de ser tras la caída de la
URSS y porque EEUU había dado la espalda a un Afganistán que quedó
destrozado.
La
derrota soviética en Afganistán contribuyó de forma importante al
colapso de la URSS como polo global, y a su vez, para los
estadounidenses, supuso la pérdida de un digno adversario comunista. En
aquella época, los islamistas no emprendieron ninguna acción importante
contra los intereses occidentales (la violencia árabe dirigida por
árabes contra intereses occidentales entre la década de 1950 y los
principios de los ochenta se practicó bajo la bandera del nacionalismo
palestino, de la izquierda, del nacionalismo árabe y, en una etapa
posterior, durante los ochenta, bajo la bandera del chiísmo). Los
estadounidenses recurrieron al terrorismo islámico como enemigo
alternativo y a la narrativa de la “Guerra contra el Terror” como una
gran narrativa en el momento del “colapso de la gran narrativa”, según
la formulación expresada por François Lyotard. Podría también decirse
que la objeción de Osama bin Ladin a la entrada de las tropas
estadounidenses en Arabia Saudí en 1990, a raíz de la invasión iraquí de
Kuwait, jugó un papel relevante en el desarrollo de esta actitud
estadounidense.
En
cualquier caso, la guerra contra el terrorismo resultó ser un enorme
favor hecho al yihadismo sunní que, a diferencia de su contrapartida
chií, carecía de un Estado como punto de referencia y que, a la inversa,
ha establecido un Imperio de una red suplente, Al-Qaida. En este
contexto, el “nuevo orden mundial” o el sistema internacional unipolar
declaraba que el “terrorismo islámico” era su archienemigo, definiéndolo
en contraste consigo mismo. En aquel tiempo, y especialmente tras el
11-S, no era raro afirmar que el mundo seguía integrado por dos polos
distintos, EEUU y el Terrorismo Islámico. Al-Qaida no podía haber soñado
con mejor publicidad/propaganda…
La capa iraquí
La
segunda capa, por encima la primera y más antigua, en la aparición de
al-Qaida es la iraquí tras la ocupación de Iraq por EEUU. Los
estadounidenses, que habían creado la arcilla con la que se fue
moldeando al-Qaida, justificaron la invasión diciendo que se debía a la
cooperación de Sadam Husein con al-Qaida. Si bien era una mentira
explícita, pronto se convirtió en una profecía autocumplida. Mediante la
invasión y posterior desintegración del Estado iraquí, y facilitando el
dominio chií en un Estado que se reconstruyó desde cero, los
estadounidenses dieron paso a un entorno propicio para la actividad
yihadista. Además, su atolondrada empresa en Afganistán había dispersado
a los yihadistas no afganos más allá de su núcleo original, aparte de
haber dado un importante paso adelante impulsando la propaganda de
al-Qaida entre algunos segmentos de la juventud musulmana.
En
esta ocasión, el régimen sirio, temeroso de convertirse en el siguiente
en la línea de fuego de EEUU, que había invadido dos países en menos de
dieciocho meses, desempeñó un papel destacado facilitando la entrada de
yihadistas en Iraq. La primera oleada de sirios no estaba en absoluto
afiliada a al-Qaida; más bien estaban motivados por una mezcla de
nacionalismo, panarabismo e inclinaciones islamistas en oposición a la
hegemonía estadounidense, una actitud que era aceptable para el régimen.
Cabe destacar que durante los seis meses en que EEUU estuvo preparando
la invasión de Iraq antes del comienzo de la campaña militar, varios
intelectuales y artistas sirios visitaron Bagdad y manifestaron su
solidaridad en contra de la entonces inminente agresión. Los
sentimientos de la primera oleada de combatientes no eran muy diferentes
de tal solidaridad, y la mejoría en las relaciones entre los regímenes
de Sadam Husein y Bashar al-Asad facilitó esa situación en aquel
momento. Quienes combatieron y lucharon no se hicieron de al-Qaida hasta
después del antagonismo estadounidense y al verse excluidos por los
nuevos gobernantes chiíes y por la posterior llegada de los herederos de
la yihad afgana con sus recuerdos y experiencias.
La
propia al-Qaida pasó por una nueva transformación en el laboratorio
iraquí, apareciendo como Al Tawhid Wal Yihad bajo el liderazgo de Abu
Musab al-Zarqawi, convirtiéndose en un movimiento que posteriormente
juró lealtad a bin Ladin, aunque manteniendo su origen y experiencia
afganos y su disciplina dentro del paradigma salafista-yihadista. En una
etapa posterior, al-Zarqawi formaría “el Estado Islámico de Iraq”, que
enfrentó importantes ataques por parte de EEUU, entre ellos el asesinato
de su líder en 2006, así como los asedios del “Sahwat al Anbar” [El
Despertar], un grupo iraquí sunní de mayoría tribal que recibió también
apoyo estadounidense para que combatiera a al-Qaida. Esta base sunní
provocó las iras del grupo de al-Zarqawi, quien emitió pronunciamientos
ofensivos contra ellos debido a su odio sectario, tildando a los shiíes
de infieles (takfiri). Pero ante todo le interesaba combatir al “enemigo
cercano” más que a al-Qaida. Sahwat consiguió asediar y finalmente casi
erradicar la presencia de al-Qaida, pero sus integrantes se vieron
pronto marginados, perseguidos y debilitados por el primer ministro Nuri
al-Maliki, lo que empujó a algunos de ellos a las filas del Estado
Islámico de Zarqawi. Algunos de los que habían formado parte de los
servicios de inteligencia y del ejército de Sadam, a quienes se había
privado de sus medios de vida y que pertenecían a las comunidades
locales discriminadas, también formaron parte o empezaron a cooperar, o
disolverse en sus filas, con el Estado Islámico de Iraq.
En
esta línea, y en el laboratorio iraquí de la yihad, se desarrollaron
las consideraciones, prácticas y relaciones que componen la segunda capa
en la formación de lo que llegaría a ser el Da’esh: un elemento
sustancial de inteligencia que consolida la naturaleza discrecional de
al-Qaida como imperio de una red globalizada, en la que aparecían
antagonismos con los anteriores patrocinadores estatales de la
yihadafgana de 1990, cuando las tropas occidentales y estadounidenses se
desplegaron en Arabia Saudí en ese año a raíz de la invasión de Kuwait
por Sadam. Esta transformación se produjo también tras el abandono de
Afganistán, al desmoronarse como Estado tras la retirada soviética, sin
que recibiera ayuda sustantiva alguna para su recuperación política y
económica. El antagonismo con los anteriores patrocinadores se agudizó
después del 11-S, la ocupación estadounidense de Afganistán y la
detención y asesinato de los dirigentes de al-Qaida. Todo esto sucedía
en el contexto de lo que Hasan Abu Hanieh y Mohammad Abu Rumman llaman
“la crisis sunní”, que se agravó y extendió por todo Iraq, Siria y el
Líbano. (De su libro: “The Islamic State: the Sunni crisis and the struggle over internacional Jihadism,2015).
Del
laboratorio iraquí surgió además el proyecto de Estado y las ambiciones
de control territorial, a diferencia de la red descentralizada y no
regional que era al-Qaida. La “red” pertenecía a la Ummah,mientras que
el “Estado” es una aplicación de la doctrina salafista-yihadista en un
país, lo que de alguna manera recuerda la aventura comunista del siglo
XX.
En
realidad, este resultó ser el desarrollo más importante: la
transformación de al-Qaida, la red salafí-yihadista, en un violento
“Estado” policial basado en esa doctrina. La gravedad del Estado y la
inteligencia/policía (mujabarat) en la composición de esta nueva entidad
habían sobrepasado rápidamente la gravedad de la ideología
salafista-yihadista, reminiscencia de algún modo de la relación entre la
doctrina marxista-leninista y las instituciones y aparatos estatales
que desarrolló esta doctrina, al buscar la legitimidad a través de su
ideología.
Fue
dentro del laboratorio iraquí que se desarrolló el elemento del odio de
los chiíes, que no había sido un elemento crucial en la etapa afgana. Y
quizá lo más importante, que los dirigentes del “Estado Islámico de
Iraq” que evolucionarían más tarde, tras su expansión por el territorio
sirio, en el Da’esh, el “Estado Islámico de Iraq y el Levante”, tenían
origen iraquí.
de: Resumenrebel <resumenrebel@gmail.com> a través de listas.nodo50.org
Nota.- Continúa en la siguiente entrega
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
9 de diciembre 2016
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