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Comenzar de nuevo. Magister dixit!
UN NUEVO COMIENZO POR OTRO CAMINO
I
Una historia de Tomas Edison creador de la bombilla eléctrica
Cuenta
él que estaba con un amigo realizando un experimento y mientras lo
hacía creó una pequeña explosión que remeció la habitación donde se
encontraban. Luego de la explosión él se levanta, toma su diario
mientras su amigo aún temblaba del susto y empieza a escribir. Su amigo
le dice:
"¿Qué te pasa, estás loco? Casi nos matas, ¿vas a necesitar fracasar 10,000 veces para dejar esa estúpida idea?"
A lo que Edison le responde diciendo que no había fracasado con ese experimento. Su amigo le dice:
"Este es tu fracaso número 9,999".
Y Edison contesta:
"No,
no lo es, he descubierto la forma número 9,999 de cómo NO crear una
bombilla eléctrica. Y además descubrí cómo crear una pequeña explosión,
que podría ser de utilidad en algún otro sitio."
II
Dialéctica de la experiencia
En
cualquier ciencia o arte se necesita conocer la teoría y luego mucha,
muchísima, práctica; al cabo de un tiempo y de profusa experimentación,
“los resultados de mi conocimiento teórico y los de mi práctica se
fusionan en uno, mi intuición, que es la esencia del dominio de
cualquier arte.”[1]
Esa es precisamente la diferencia entre el aprendiz y el maestro de
maestros. El aprendiz aprende, practica, experimenta; el maestro sabe,
innova, crea, inventa. La experiencia hecha teoría se ha convertido en
intuición en tanto la experiencia de otros se ha diluido en mi
experiencia. Un experto es un hombre que ha dejado de “pensar”; no
necesita experimentar, no pierde el tiempo en averiguar más de lo
necesario, simplemente actúa. Obra con la sabiduría del maestro
Estudiar
y experimentar; práctica, más y más práctica es la fórmula auto
emancipadora. Esa fue la vía que arrancó a los homínidos de las cavernas
y ese es el camino que nos permitirá superar el macro ciclo clasista.
¿No es así como Engels recordaba que Marx decía que ocurrirían las
cosas? Véase, el prólogo de 1890 donde a la letra se lee: «Para el
triunfo definitivo de las tesis expuestas en el "Manifiesto", Marx
confiaba tan sólo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que
debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión.»[2]
Sin embargo, el doctrinario cree que la realidad es tal como él la
imagina. Vive el mundo, entre las cuatro paredes del grupo, sin más
contacto material que la información que le llega a través de los medios
y los informes sesgados de sus partidarios. Pero, hay que recordar que
no se recrea el mundo objetivo con el lenguaje sino con las poderosas y
hábiles manos, como dice Francisco Umpiérrez Sánchez.
Los
hombres se enfrentan al mundo objetivo por la producción material, la
lucha de clases y la experimentación científica. La práctica del hombre
–enfrentado a ese mundo objetivo– encuentra obstáculos en la realización
de sus objetivos, e incluso la imposibilidad de superar algunas
dificultades, mientras el mundo objetivo prosigue su propio camino.
El destino del hombre es caminar y, aprendemos a caminar,
tropezándonos, cayéndonos, luchando. Una caída puede retrasarnos en
llegar al objetivo pero no nos detiene. Otra caída puede ser definitiva
–para algunos– pero sirve a los sobrevivientes como correctivo: ¡Ese camino no es viable!, exclamamos. Así, de tropezones y fracasos está preñada la historia de la humanidad. Y la sabiduría popular lo registra: ¡La experiencia es la madre de la ciencia!
Marx tenía muchísima razón al relacionar empoderamiento y posicionamiento (acción conjunta y discusión).
En 1843 en una carta a Arnold Ruge escribía: «Nada nos impide vincular
nuestra crítica con la crítica de la política, con tomar partido en
política, con participar en luchas reales e identificarnos con ellas.
Por consiguiente, no nos enfrentamos al mundo en actitud doctrinaria,
proclamando un nuevo principio: “¡Ésta es la verdad, arrodíllense ante
ella!” Desarrollamos nuevos principios para el mundo a base de los
propios principios del mundo. No le decimos al mundo: “Termina con tus
luchas, pues son tontas; queremos darte la verdadera consigna de lucha”.
Nos limitamos a mostrarle al mundo aquello por lo que está luchando en realidad. La conciencia es algo que tendrá que adquirir, aunque no lo quiera.»[3]
Y ésta conciencia no es sólo conciencia de una negación –condicionada
por el objeto negado– sino conciencia positiva y prospectiva. “La
actitud del hombre que se propone corregir la realidad –escribe José
Carlos Mariátegui– es, ciertamente, más optimista que pesimista. Es
pesimista en su protesta y en su condena del presente; pero es optimista
en cuanto a su esperanza en el futuro. Todos los grandes ideales
humanos han partido de una negación; pero todos han sido también una
afirmación.”[4]
En la historia política del proletariado, los éxitos coronan sus
esfuerzos cuando su pragmatismo y realismo se sostiene en la fuerza de
la necesidad de las contradicciones. ¡Ese es el camino que Marx y
Mariátegui nos proponen!
En
la lucha de clases, el campo de batalla fundamental es el cerebro y,
entre mejor comprendamos cómo funciona la mente, mejor comprenderemos
como opera el posicionamiento. Desentrañar cómo opera el posicionamiento
es prácticamente resolver las dificultades del cambio social porque la
hegemonía de clase se define en la conciencia de los hombres. Tomar por
asalto los cerebros (posicionamiento) y articular voluntades es el
objetivo básico de la política. Sin embargo, no porque el cerebro sea el
campo de batalla fundamental quiere decir que el socialismo sea un
problema eminentemente teorético. Todo lo contrario, el socialismo es
básicamente una dificultad experimental, un problema práctico de madurez
(socio-política, socio-económica y socio-humana). El hombre vive la
vida (como experiencia - práctica) y aprende de ella (de un modo
subjetivo - teoría) perfeccionándose en medio de contradicciones y a
través de contradicciones. El cuento de la vida es experiencia, más y
más práctica. Sólo a través de la práctica social, el hombre se supera a
sí mismo, se aparta del círculo vicioso de la secta y llega a nuevas
cumbres. Entonces, el posicionamiento es un problema que
fundamentalmente se dirime en la arena social, en el combate día a día.
Los trabajadores se liberan de las ataduras ideológicas (burguesas)
empoderándose de las contradicciones sociales y, al hacerlo, toman el
control de su propio destino histórico.
Ramón García conmemora los 30 años de la revista Punto de Vista –que marca toda una generación del socialismo peruano– pero no recuerda el fracaso de aquél experimento[5].
Ayer, una exagerada “emoción” sólo le permitía ver “oposición por la
oposición” a su propuesta. Hoy, no es distinto sigue con la misma copla.
El lastre, como una ominosa cadena, lo ata al pasado[6]. No se repara que las críticas pueden ser una alarma providencial de nuestros errores teóricos, de nuestra percepción errada o sesgada de la realidad.
A todo esto, nos preguntábamos hace unos días, ¿qué proyecto o
paradigma de partido fracasó en aquél entonces? Este sí es un tema
vital, para entender cómo articular la red ciudadana, cómo centralizar
voluntades en un organismo político y cómo unificar al pueblo en torno a
un programa de concentración. Todo eso debe responder a una segunda
interrogante: ¿qué relación tiene el revés de 1983 con los tropezones de
2008 y 2011?
En el socialismo peruano los éxitos y fracasos forman parte de su historia. Sus
éxitos están impregnados de esfuerzo y talento pero también de
intuiciones y pasiones. Poner el alma en un proyecto puede ser
devastador cuando el proyecto no funciona. ¿Pero, qué ocurre cuando nos
equivocamos? Primero, todos
sabemos perfectamente que caerse, está permitido; segundo, sabemos
también que levantarse, ¡Es obligatorio!; y tercero, nos levantamos
¡Pero con las lecciones aprendidas bajo el brazo! Por eso, esa
misma pasión con la que volvemos a nacer de un impasse, puede
inspirarnos a admitir algo que no ha salido bien; y, si lo admitimos,
estaremos libres para buscar un nuevo comienzo por otro camino.
En 1845, Karl Marx, advertía que no es suficiente con interpretar el mundo de lo que se trata es de transformarlo.
Pero para recrear el mundo objetivo hay que ensuciarse los zapatos.
¡Para aprender a nadar es preciso meterse en el agua! Por tanto, ya que
la tarea es práctica, las soluciones deben contemplarse en términos
prácticos, esto es, potenciando un poder práctico capaz de encarar la
tarea. ¿Cuál es ese poder práctico? El joven Marx, y nuestro José
Carlos, lo tenían muy claro: la organización del proletariado como partido.
Tacna, 22 enero 2012
Edgar Bolaños Marín
III
LIBERAR NUESTROS CEREBROS CONSTRUYENDO EL FUTURO
El Futuro
Para los débiles es lo inalcanzable.
Para los temerosos, lo desconocido.
Para los valientes es la oportunidad.
Víctor Hugo
Tesis 1: Es un grave error «tomar como punto de partida de sus análisis no lo que ocurre en la realidad, sino lo que gravita en su pensamiento»,
Francisco Umpiérrez Sánchez
Los
marxistas del siglo XXI, para romper con la exigencia ideísta
(precedencia de la idea), no sólo deben definirse a sí mismos como seres
eminentemente prácticos, sino reconocerse como hijos (y criaturas) del
mercado, al mismo tiempo, productores y negadores de la sociedad
enajenada.
Materiísmo
e ideísmo son creaciones de la humanidad. La dialéctica, en cambio, es
la manera de comportarse de todas las cosas y fenómenos de la
naturaleza. Los hombres han pensado dialécticamente mucho antes de saber
lo que era dialéctica, del mismo modo que hablaban ya en prosa mucho
antes de que existiera la expresión "prosa". Por eso a decir de Engels
la dialéctica es un método para el conocimiento del mundo porque el
mundo es dialéctico. La dialéctica, por su contenido, puede ser objetiva
o subjetiva. Y, entre una y otra, hay una gran diferencia. La
dialéctica subjetiva es el reflejo de la materia en el cerebro de los
hombres. Pero, como el cerebro es una máquina para soñar, el reflejo de
la materia ¡se mueve! Y la imaginación moldea la materia según la
tendencia o inclinación que gravita en el pensamiento del observador. La dialéctica objetiva, en cambio, se desenvuelve en el movimiento de las cosas, sin intervención de la mano del hombre. Friedrich Engels, en Ludwig Feuerbach y el fin de la Filosofía Clásica Alemana, lo resume en los siguientes términos:
“Nosotros
retornamos a las posiciones materialistas y volvimos a ver en los
conceptos de nuestro cerebro las imágenes de los objetos reales, en vez
de considerar a éstos como imágenes de tal o cual fase del concepto
absoluto… con esto, la propia dialéctica del concepto se convertía
simplemente en el reflejo consciente del movimiento dialéctico del mundo
real, lo que equivalía a poner la dialéctica hegeliana cabeza abajo; o
mejor dicho, a invertir la dialéctica, que estaba cabeza abajo,
poniéndola de pie”.
El
hombre reinventa la naturaleza y se reinventa a sí mismo. El espacio y
tiempo de cada observador es divergente pese a sentir o vivir los mismos
acontecimientos. El reloj biológico y el ritmo de vida de cada ser vivo
es diferente como diferente es la percepción del movimiento
socio-político. La identidad es la apariencia pero la desigualdad es la
realidad. La vida desborda la inteligencia, marcha delante de la
reconstrucción mental de los hechos. Pero, en medio del caos de la vida
cotidiana el orden se impone pese a la multiplicidad de fuerzas que
empujan o jalan en distintas direcciones. El factor subjetivo pone su
cuota en la reorganización o reacomodo de las fuerzas en contienda. Esto
porque desorden no es sinónimo de caos sino de reorganización e
incremento de la complejidad de los sistemas, como bien observa el autor
de El nacimiento del tiempo[7].
El
instinto de supervivencia empujaba el realismo de los hombres en la
antigüedad. Los filósofos de la edad de oro griega eran espontáneamente
materiistas. No
hay buena poesía sin armonía, pero tampoco la hay sin imaginación; y
los pensadores de la edad antigua no sabían más que decir la “verdad”
imaginada y la verdad empírica (p.e. la Ilíada). El
interés por decir o descubrir la verdad no estaba aún sesgado por los
intereses de clase. Heráclito de Éfeso, 500 años a.n.e, se adelantó a
los hombres de su tiempo. Mirar la vida, sin los estereotipos ni los
sesgos que impone la propiedad privada, los orientaba en su espontáneo
naturalismo. Él decía: “entre nosotros una misma cosa es lo despierto y
lo dormido, lo vivo y lo muerto, lo joven y lo anciano, ya que cada
estado nace del contrario y se trasforma en él.”[8]
Y es que la madre naturaleza no se detiene, cada milésima de segundo
deja de ser lo que fue; es decir, cambia, se transforma, y con ella todo
lo que existe. La
naturaleza y la sociedad se regenera permanentemente a partir de la
muerte de sus células según la genial conjetura de Heráclito: "vivir de
muerte, morir de vida". Dos ideas antitéticas que se contienen una en la
otra. Pero, ¿por qué los hombres de la antigüedad griega fueron capaces
de tener tales intuiciones? ¿Por qué Anaximandro, Heráclito,
Empédocles, Demócrito, inclusive Aristóteles, penetraron mucho más hondo
en la dialéctica de la vida que los hombres de siglos posteriores? La
respuesta a estas preguntas tiene dos partes: primero, la dialéctica es
parte de la vida, no es un invento humano; y segundo, la alienación en
los hombres apenas si cubría la mirada de los hombres. Tuvieron que
pasar más de dos mil años para que el hombre retornara a la imagen o
percepción dialéctica de la materia (Hegel - Marx). Más tarde, en los noventas del siglo pasado, en medios académicos se discute el concepto conciencia quántica. El concepto fue popularizado por Penrose en su emblemático libro La nueva mente del emperador.
Los estados de superposición se presentan como novísimos
descubrimientos. Pero en la dialéctica griega, encontramos que una cosa es y no es
al mismo tiempo. Actualmente, el caso de la informática revela con
nitidez los perfiles del concepto. En la informática quántica el qubit
representa 0 y 1 a la vez, sin la reducción a 0 ó 1 que
ocurre en el mundo físico. Según Roger Penrose y Stuart Hameroff la
conciencia es cuántica. El cerebro es una computadora cuántica que
trabaja con qubit, es decir, puede estar en on y en off, en 1 y en 0
simultáneamente. En estado de superposición, la capacidad del qubit para almacenar y trasmitir información no tiene precedentes. Así, lo nuevo no es nada nuevo bajo un cielo que constantemente se renueva.
Marx en el Manifiesto
tiene frases de admiración hacia el capitalismo. Nos dice que, a
diferencia de todos los modos de producción anteriores, el capitalismo
en su dinámica interna es revolucionario, no cesa de trastornar (de
alterar o cambiar) todas las relaciones sociales, incluidas las que él
mismo crea. Y ese es un problema poco entendido o, peor aún,
malentendido por una ortodoxia anclada en el pasado o menospreciada por
un empirismo que todo lo sabe y no sabe nada. La ortodoxia “marxista”
petrifica el movimiento de la sociedad, se queda anclado en la
fotografía del capitalismo de Marx o de Lenin, se queda atrapado en la
mirada de Mariátegui; el doctrinarismo pretende acomodar las nuevas
realidades en los estereotipos del pasado pero la movilidad de la cosa
capitalista no se deja encerrar en los viejos esquemas intelectuales.
El
movimiento de la cosa capitalista es imposible de detener, es
dialéctica. La película capitalista supera constantemente la fotografía
que Marx, Lenin o Mariátegui plasmaran, descubrieran o revelaran en su
tiempo. Como dice Francisco Umpiérrez: La realidad siempre supera los conceptos, los desborda, los envejece.
Marx
o Mariátegui hace mucho dejaron el reino de la tierra, pertenecen al
“reino de los cielos”. No es la cabeza de Marx ni la de Mariátegui la
que determina el itinerario de la lucha de clases. ¡Cómo sí fuera
posible! No en vano Antonio Machado recogió del saber popular el
conocido apotegma: caminante no hay camino, camino se hace al andar.
Y es que nosotros construimos nuestro propio camino, apoyándonos en el
método de Marx, recreando la realidad, y por ende la teoría, en la variabilidad de posibilidades
que la lucha de clases presenta en nuestro tiempo. El rumbo de la lucha
de clases se desenvuelve al margen, y la más de las veces en contra, de
la conciencia individual. La conciencia es un producto de las
contradicciones sociales y, a la vez, como la conciencia reacciona (se
rebela) ante las contradicciones tiene la posibilidad de modificar la
materia. Por esa misma razón el socialismo no puede definirse por
adelantado. Ni pueden elaborarse modelos de socialismo. El socialismo es
resultado, por su naturaleza fundamentalmente imprevisible, del
desarrollo de las contradicciones del capitalismo. Pero, los
doctrinarios de izquierda se alucinan profetas, intransigentes en sus
anteojeras, en su dogmatismo, terminan convirtiendo el socialismo en un
cliché, en una fórmula de “fácil” realización, estéril y muerta. Podemos
decir parafraseando a Thomas Merton que el socialismo no es un problema a resolver, ni un misterio que vivir sino una realidad a crear.
Mariátegui
desaparece de la escena política en abril de 1930. A partir de ese
momento se impone la concepción lineal de la ortodoxia. El punto de
vista del petit bourgeois prevalece en medio del desconcierto e
inmadurez de los hombres del proletariado. Un marxismo de anteojeras se
impone. Este piensa la historia de la clase obrera como el desarrollo de
una línea única que se abre paso entre desviaciones y revisiones. Esta
concepción lleva al exclusivismo personalista (caudillismo) y al
sectarismo organizativo (fanatismo) que menosprecia y sataniza a los
competidores. Es más, ese partidismo enfermizo se corresponde con un
cretinismo doctrinal que altera la esencia de la teoría, es decir,
convierte la teoría en un rito. En lugar de hacer uso de la teoría, para analizar la realidad social, se la apropian como un icono al cuál adorar. Esa es la base para el culto al individuo, para el servilismo y el autoritarismo.
Los
seres humanos no sólo somos estructuras de carne y hueso sino, también,
unidades espirituales. Materia y espíritu en una sola entidad creadora
que se multiplica. Las religiones dividen a la especie humana. Las
religiones escinden al hombre humanamente natural en polos
contrapuestos: carne vs espíritu, cuerpo vs mente, operante vs pensante.
El ideísmo y el interés de clase afianzan ese divorcio (consecuencia de
los intereses económicos en oposición), que en política se expresa en
lucha de clases. La política como las religiones tienden a arrastrar al
hombre a una concepción ancestral, segmentada y trasnochada del mundo,
no susceptible de cambiar y que es preciso admitir sin discusión
posible. De allí que la política socialista sea la antítesis de la
política, es decir, más anti política que política.
José Carlos Mariátegui, al afirmar que sólo hay posibilidad de progreso y de libertad dentro del dogma, en junio de 1929, puso en jaque al doctrinarismo.
«El dogma –dice el autor de los Siete Ensayos– es entendido aquí como
la doctrina de un cambio histórico. Y mientras el cambio se opera,
mientras el dogma no se transforma en un archivo o un código de una
ideología del pasado, nada garantiza como el dogma la libertad creadora,
la función germinal del pensamiento»[9].
Mariátegui
al relacionar dogma y herejía, ortodoxia y heterodoxia, dejaba sin piso
al doctrinarismo que opone esos conceptos como si no tuvieran relación.
La metafísica trata la dialéctica de los conceptos –reflejo en el cerebro del movimiento real–, como realidades “conceptuales” separadas –absolutamente opuestas–, que se niegan o rechazan la una a la otra. Esa
es una manera de negar el encanto dialéctico de conceptos que no tienen
significación el uno sin el otro. Marx decía el lenguaje es la
conciencia práctica (La Ideología Alemana) porque “lo concreto es
concreto, ya que constituye la síntesis de numerosas determinaciones, o
sea la unidad de la diversidad.”[10]
Mal grado la intolerancia de los doctores del marxismo de ayer y hoy.
La homogeneidad es la unidad de la heterogeneidad. El doctrinarismo de
izquierda se sostiene en la ilusión de la “homogeneidad” del
pensamiento, vale decir, el rebaño como política. El sueño burgués de la
política de los clones. Fantasía imposible porque los hombres son en
gran medida producto de las circunstancias y las circunstancias son
variables como la vida misma.
Observar,
escuchar y explorar el entorno más cercano y sus vinculaciones con el
mundo es uno de los rasgos que distingue a los maestros. Mariátegui
forma parte de aquél prototipo de grandes exploradores, mejores
investigadores, extraordinarios husmeadores y rarísimos visionarios.
Buscadores como el fundador del Partido Socialista sólo aparecen de
cuando en cuando. Pertenece a la estirpe de los que abren camino para
los que vienen atrás. Un buscador, anhela descubrir la llave que abra el
cofre de los secretos de la lucha social. Permanece siempre alerta,
consciente que en los detalles del mundo que observa puede encontrarse
la respuesta a sus indagaciones. Un seguidor se vuelve ciego, se vuelve
dependiente, se ata al motor de búsqueda del “maestro”. Es un esclavo
mental, su espíritu está sometido una “fuente de luz”. Un buscador es
responsable por sí mismo. El seguidor tiene su responsabilidad sobre los
hombros de otro y se aferra a él. El maestro es la sombrilla donde el
seguidor se siente confortable. El buscador está alerta, no tiene temor,
está abierto a cualquier nueva luz, su mente siempre está lista a
cambiar porque es capaz de seguir el paso al movimiento y adaptarse a lo
inesperado. El seguidor cuando, el cálculo de los placeres forma parte
de su razón de vida, encuentra en la política un medio para trepar en la
escala socio-económica. Buscadores como José Carlos Mariátegui se
transformaron en un ejemplo porque sus móviles ético-prácticos
impulsaron su agonía de combatiente pensante y operante.
Pastores
y ovejas, caudillos y seguidores, patrones y obreros, pertenecen a un
pasado que se resiste a perecer. Son criaturas de la propiedad privada que languidecen en la decadencia de la civilización capitalista. El
capitalismo lleva la escisión de la mente y el cuerpo, el pensamiento y
la acción, la teoría y la práctica, a su más alta expresión, el hombre
mutilado: cabezas sin cuerpo y cuerpos sin cabeza. El operario sólo debe
cumplir órdenes del estratega. Su función es ejecutar las órdenes como
la función del estratega es pensarlas. La paradoja de cabezas pensantes y
cabezas actuantes es inherente al régimen de producción capitalista.
El socialismo marxista inaugura un nuevo tipo de operario, de protagonista, de combatiente: pensante y operante.
Mente y cuerpo, teoría y práctica, se unimisman en una sola entidad
humana arrojando al basurero de la historia la matriz dominante donde
los que mandan no obedecen y los que obedecen no mandan. El hombre total de Mariátegui es la realización del viejo sueño humanista de la reintegración del hombre con la naturaleza. Es el arquetipo que el Amauta propuso como nuevo hombre de un Perú nuevo dentro del mundo nuevo.
Los
maestros no nacen, se inventan en la práctica que modela el aprendizaje
y experimenta el conocimiento hasta llegar a una fase superior, donde
la sabiduría brota casi espontánea como grandes intuiciones. Albert
Einstein en el cenit de su vida llegó a la siguiente conclusión: “La
mente intuitiva es un don sagrado y la mente racional un sirviente fiel.
Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y se ha olvidado del
don.” Hoy podemos decir que hemos subordinado la sabiduría (el
conocimiento de lo que nos conviene como especie) a la técnica (ciencia
sometida al individuo y a la cultura del despilfarro que la justifica)
en aras del progreso civilizatorio. Es
la crisis terminal del modelo de civilización dominante. El capitalismo
es una máquina para crear confort; y, sin embargo, la prosperidad de
unos es la ruina de millones.
José
Carlos Mariátegui hace ochenta y cuatro años abandonó físicamente este
mundo. Nos dejó un legado que en muchos aspectos se adelantó a su época.
Rescatarlo de las polillas y redescubrirlo fue obra de dos generaciones
posteriores a la del Amauta. Su obra fue genial, quién puede dudarlo.
Hoy sus decisiones siguen alumbrando, como un magnífico ejemplo. Pero,
el hombre que construyó de la “nada” el partido de la clase obrera, la
CGTP, la Federación de Yanaconas, la revista Amauta y Labor, entre otras
cosas, ya no está con nosotros. Vana es toda ilusión de tratar de
imaginar que diría hoy el maestro. La resistencia a la infamia
capitalista es un problema que enfrentamos los hombres del siglo XXI, no
José Carlos Mariátegui.
Una
grave deficiencia del socialismo peruano es seguir pensando en el
pasado, buscando respuestas en el siglo XX a los problemas del siglo
XXI. El conocimiento del pasado no resolverá los problemas del presente.
No confiar en nosotros mismos es un obstáculo que nos auto imponemos.
De allí que recurramos a la escolástica, como recurso, para dar fe de lo
que afirmamos. Lo cierto es que nos falta conocimiento del presente y,
sobre todo, del futuro. En nuestras decisiones sigue imperando la
dialéctica subjetiva, es decir, nuestro punto de arranque en el análisis
no es la realidad, sino lo que en ese momento “gravita en nuestro
pensamiento”. Es más fácil dar crédito a lo que discurre por nuestra
imaginación que a lo que realmente ocurre en la realidad, en particular,
cuando somos observadores y no actores de los acontecimientos. Por eso,
más de uno se dice a sí mismo: si hubiéramos sabido más, si hubiéramos
estudiado esa obra, sí no se hubiera perdido el libro de Mariátegui, si
hubiera vivido más. Precisamente ese es el enfoque equivocado. Lo que
nos pierde en primera instancia es que no estamos sintonizados con el
momento presente. Lo que nos sustrae de la realidad, de los hechos
concretos, es que somos insensibles a las circunstancias del momento. El
análisis concreto de la situación concreta lo remplazamos con
construcciones teoréticas a partir de lo que imaginamos que es la
situación concreta. Escuchamos nuestros pensamientos pero no escuchamos
lo que nos dice el movimiento real de la sociedad. Escuchamos nuestros
pensamientos y reaccionamos, aplicando teorías e ideas que digerimos
hace mucho pero que no tienen nada que ver con las urgencias del
presente. Más y más libros, más y más teoría, más y más estudios del
pasado sólo empeoran el problema. La clave siempre ha sido la práctica,
la experiencia, conocida no por gusto como madre de toda ciencia. Lo
cierto es que no queremos salir de nuestra zona de confort: Foros y más
foros. El presente siempre supone riesgos que no deseamos enfrentar por
eso nos refugiamos en la historia.
El
estudio de la historia y la teoría pueden ampliar nuestra visión del
mundo, pero se tiene que combatir la tendencia de congelar la teoría, de
convertirla en dogma. Se tiene que ser despiadado con el pasado, con la
tradición, con las viejas maneras de hacer las cosas. Romper esquemas
es nuestra función. Ser revolucionario es quebrantar reglas para
reordenar el gran caos de la dictadura de los mercados. Romper las
reglas establecidas es, en todo tiempo y lugar, una herejía. Recrear la
realidad es cambiar el statu quo y, por tanto, es otra herejía. El
pasado siempre desunirá a los pueblos, a los trabajadores, a los
socialistas. Sólo el futuro puede unirnos en las luchas del presente.
Trotsky se unió a Lenin por el futuro de los soviets. Del mismo modo los
pueblos, los trabajadores y los luchadores sociales se unirán por la
supervivencia del planeta y el futuro de la humanidad.
Una
de las limitaciones del militante socialista es la “incapacidad” de
enfrentar la realidad, de ver las cosas tal como son. Conforme
envejecemos, nos aferramos cada vez más al pasado. Nos vence la
costumbre. Lo que alguna vez nos funcionó se vuelve doctrina, una coraza
para protegernos de la realidad. La repetición remplaza a la
creatividad. Es muy raro que nos demos cuenta de que hacemos esto,
porque nos es casi imposible verlo suceder en nuestra mente. Luego de
repente, un joven atrevido se cruza en nuestro camino, una persona que
no respeta la tradición, que lucha en una forma nueva. Sólo entonces
vemos que nuestra manera de pensar y reaccionar ya es obsoleta. En
realidad, nuestros éxitos pasados son nuestro mayor obstáculo: cada
batalla, cada guerra, es diferente, y no se puede suponer que lo que
funcionó antes funcionará hoy. Debemos soltar el pasado y abrir nuestros
ojos al presente. Soltemos al maestro Mariátegui y sigamos su camino, abriendo nuestros ojos al presente - futuro. ¡Liberemos nuestros cerebros construyendo el futuro!
Ya
es hora de dejar en paz a José Carlos Mariátegui. El culto al hombre
debe finalizar, es hora de realizaciones. Nuestra generación durante más
de 60 años ha vivido en romerías, homenajes, celebraciones y
aniversarios. El natalicio y muerte del Amauta y sus realizaciones más
sonadas son sus justificaciones. Con el tiempo, el entusiasmo por
asistir a esos eventos se ha ido diluyendo, las grandes concentraciones
se han convertido en intrascendentes reuniones. Si hoy él se levantara
de su fría tumba diría: ¡Basta ya de tanto incienso, de tanta ceremonia,
de tanta tertulia! ¿Qué habéis hecho?
Tacna, 29 de Marzo 2014
Edgar Bolaños Marín
[1] Erich Fromn, El arte de Amar, versión electrónica
[2] Marx y Engels, Manifiesto Comunista, Versión electrónica.
[3] Carta de Karl Marx a Arnold Ruge (1843)
[4] JCM, Alma Matinal, versión electrónica
[5] Algunas preguntas necesarias: ¿Amauta en el proyecto del primer gran partido de masas y de ideas cumple una función decisiva? ¿Punto de Vista
a qué proyecto de partido corresponde? Las respuestas a estas
interrogantes pueden abrir cerebros a los más duros de roer o terminar
de convencer a los indecisos.
[6] Probablemente, educado en la vieja escuela del azote y la infalibilidad del magister dixit, el apotegma la letra con sangre entra forma parte de su estilo para tratar las diferencias.
[7] Ilya Prigogine, El nacimiento del tiempo,
Metatemas 23, Tusquets editores, Barcelona 1988. Así lo estima Ilya
Prigogine, para quien los desarrollos recientes de la termodinámica nos
proponen un universo en el que el tiempo no es ilusión ni disipación,
sino creación.
[8] Fragmentos de Heráclito (544-484 a. d. e.), edición digital
[9] JCM, Defensa del Marxismo, Versión electrónica
[10] Karl Marx, Fundamentos de la Crítica de la Economía Política (Esbozo de 1857-1858), Editorial de Ciencias Sociales, Cuba, 1970, Tomo I, Pág. 38. Hegel en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio
(Bs. As., Claridad, 1975, Pág. 60) escribe: “Sólo el concepto como algo
concreto e incluso toda certeza en general es esencialmente en sí mismo
una unidad de determinaciones diferenciadas.”
De: Edgar Bolaños Marín
Para: Manuel, Miguel, Ildefonso, Clemente, Manuel, Domingo (…)
Fecha: 15 de diciembre de 2016, 21:48
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
21 de diciembre 2016
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